Todo,
todo, tiene una primera vez. Y esa vez te deja un recuerdo. Enumerar
primeras veces puede que nos active sonrisas, nos de un escalofrío,
nos arquee las cejas o incluso nos de un repelús.
Y
todo necesita de una primera vez para poder entrar en el callejero de
nuestro mapa, aunque no todas las primeras se quedan, todas las
primeras se recuerdan.
Hoy
necesito pasear por el mapa de mis primeras, por las que me hacen
sonreír, por las que me dan gusto.
El
primer beso, pero no por primero, sino el primero cuando se inicia
algo con alguien. Ese primer beso tiene tanta información que
debería existir una foto finish de nuestra cara. Ese primer beso que
te coloca automáticamente mariposas en la panza. Ese beso. Claro
está que también he tenido un primer beso que me ha dejado como una
estatua de sal y otros primeros que han convertido mi saliva en
sudor, pero no quiero hablar de esas primeras veces.
La
primera vez de ese beso es nueva aunque ya hayas besado otras veces,
aunque ya te hayan invadido antes las mariposas, es nueva, de estreno
y te mantiene activa la sonrisa todo el día.
Ese
beso te desborda las endorfirnas que fluyen por la sangre locas, a
toda velocidad, como si llegaran tarde a una fiesta. Ese beso te
estira la piel, da brillo a tus ojos y sin lavártelo, tu pelo, huele
muy bien. Ese beso. Ese beso te maquilla los labios de manera natural
con un tono que no existe ni en la perfumería más cara de del
mundo. Y estás guapa.
Y todo eso la primera vez de eso beso.
Y
todo esto por recordar, para que no se me olvide. La primera vez de aquel beso.